Como cada año, los alumnos y profesores de secundaria nos embarcamos en una excursión a mediados del primer trimestre. Este curso nuestro destino era Cantabria y teníamos tantas ganas de aventura que ni siquiera el gélido pronóstico meteorológico para esas fechas consiguió echarnos atrás.
Nuestra primera parada fue en la ciudad de Burgos. Al llegar fuimos
directos al Museo de la Evolución Humana un edificio espectacular y moderno que
acoge valiosos tesoros. No hablamos de joyas o piedras preciosas sino de
huesos, dientes, herramientas y otros restos arqueológicos que pertenecieron a
nuestros ancestros más lejanos y que en algunos casos tienen millones de años
de antigüedad.
La mejor forma de entender el presente es sin duda conociendo el pasado y
de eso nuestros alumnos demostraron saber mucho: contestando a las preguntas de
las guías, escuchando sus explicaciones y comentando las muestras expuestas. Nos dimos cuenta de todo el esfuerzo que conlleva el
descubrimiento, análisis e interpretación de los restos y los emplazamientos
expuestos en este museo. En ello intervienen genetistas, antropólogos,
paleontólogos, geólogos, arqueólogos y hasta lingüistas. Quizás en el futuro
habrá alguno de ellos entre nuestros alumnos y alumnas, ¿quién sabe?
Tras este baño antropológico nos fuimos paraguas en ristre hacia la bella
ciudad de Burgos. Los alumnos recorrieron sus calles, visitaron los lugares más
emblemáticos del centro como el Paseo del Espolón, el Arco de Santa María, la Catedral
de Burgos y la Plaza Mayor.
Tras una mañana intensa de descubrimientos subimos de nuevo al autobús y
nos dirigimos a nuestro siguiente alto en el camino, ya estábamos en Cantabria, para ser más precisos en Santillana del Mar. Llegamos allí de
noche y nos dejamos atrapar por el encanto de sus calles. También tuvimos
ocasión de visitar el famoso Museo de la Tortura, una visita que puso los pelos
de punta a más de uno ya que nos hace plantearnos hasta qué punto de crueldad
puede llegar el ser humano cuando se siente en posesión de la verdad y con derecho a juzgar a los demás.
A la mañana siguiente visitamos el Museo de Altamira, una reproducción a tamaño real de la cueva original que nos permitió disfrutar de las sensaciones que quizás sintieron sus primitivos moradores. Allí se encuentra una réplica de la sala con sus famosas pinturas rupestres, también conocida como la Capilla Sixtina del arte cuaternario y con razón. En aquel lugar nuestros ancestros regalaron sus dibujos a la posteridad pero, seguramente, ni siquiera ellos pudieron imaginar que sus "graffitis" viajarían más de 12.000 años hasta llegar a sus descendientes. Gracias a ellos podemos hoy disfrutar de la imagen de animales alguno de los cuales ya están extintos en en España y en el resto de Europa como los bisontes o los mamuts.
Y de una cueva a la otra, nuestra siguiente parada fueron la Cueva del Soplao: unas impresionantes cavidades en la roca horadada por el agua a lo largo de los siglos. Un tren minero recreado como los de antiguamente nos condujo al interior de la tierra y allí pudimos disfrutar de cuatro kilómetros de recorrido en los que aprendimos los nombres de algunas formaciones geológicas: la estalactita (formación calcárea alargada y generalmente puntiaguda que cuelga del techo), la estalagmita (formación calcárea alargada y generalmente puntiaguda que cuelga del techo), una helíctita (estalactita excéntrica que desafía a la gravedad) y una draperie (sábana o bandera translucida que cuelga del techo).
Nos despedimos de una Cantabria lluviosa, de sus hermosos paisajes y de los lugares que habíamos visitado, para poner rumbo a casa. Las experiencias vividas juntos nos han hecho crecer como personas y como grupo. Sin duda, un viaje memorable.